martes, 30 de enero de 2007

Mi compañera de redacción en Fòrum-grama escribió hace algún tiempo este texto que creo que merece la pena ser leído. ¿Alguna reflexión?.








¿Por qué la guerra?


de Albert Einstein y Sigmund Freud
O.A-E.
Ahora que vivimos en un mundo globalizado, regido por las desigualdades, y donde los conflictos armados protagonizan el panorama político internacional, recuperar las cartas que intercambiaron Albert Einstein y Sigmund Freud reflexionando sobre la guerra en los años treinta no parece del todo fuera de lugar. Por esas fechas, Europa había vivido ya una Gran Guerra sin precedentes conocidos y el contexto político permitía intuir que el continente se encontraba en los albores de otro conflicto bélico, todavía por estallar. En efecto, la Segunda Guerra Mundial llegó. Y con ella, un número de víctimas civiles inconcebible hasta el momento. Pareció entonces que la falta de humanidad de los hombres había llegado a su límite, y que la crueldad y la violencia habían tocado fondo. Sin embargo, el cese de las armas duró poco tiempo. Un nuevo orden internacional trajo consigo nuevas guerras, todas marcadas por la rivalidad de los bloques norteamericano y soviético. Y ni cuando cayó el «enemigo» y los Estados Unidos se alzaron como potencia hegemónica indiscutible a finales de los ochenta, se detuvieron las luchas armadas. Según Ignacio Ramonet[1], se han producido más de sesenta conflictos desde que en 1989 cayó el muro de Berlín, con un saldo de centenares de miles de muertos y más de diecisiete millones de refugiados.
En la actualidad, la producción y el comercio de armas es uno de los negocios más lucrativos del mundo, proliferan en el planeta conflictos bélicos de todo tipo nacidos por razones muy diversas y -como puntal de un sistema globalizado donde la tiranía capitalista y la obtención de riquezas valen por encima de todo- vivimos una nueva guerra mundial contra el «terrorismo». Porque la guerra es, y ha sido siempre, la vía elegida por los gobiernos para resolver los conflictos interestatales.

Una pregunta sobre la fatalidad de la guerra
Desde Caputh (Potsdam), el 30 de julio de 1932, Albert Einstein le lanzó por escrito a Sigmund Freud una cuestión jamás resuelta hasta el momento: «¿Hay una manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?»[2] La pregunta, «la más importante de las que se plantean en la civilización»[3] en sus propias palabras, no era de fácil respuesta y Einstein era consciente de ello. Sin embargo, el científico no quiso desaprovechar la oportunidad de poder debatir libremente un tema escogido por él con una persona de su elección que le brindaba la Sociedad de Naciones para formulársela. Pero, ¿por qué precisamente a Freud? Porque el creador de la teoría de la relatividad intuía que la respuesta tenía que ver con las «profundidades del querer y del sentir humanos»[4] y, ¿quién podía tener un mayor conocimiento de la vida de los instintos que él?
La contestación llegó en septiembre. Al principio de su carta, Freud no duda en manifestar su desconcierto frente a esta demanda, cuya resolución le parece más propia de los hombres de estado que de un físico y de un psicólogo. Pero luego -explica- comprendió que Einstein la planteaba, por encima de todo, como «amigo de la humanidad»[5]. Es decir, «como alguien que se posiciona por el bien de todos», «que supera las ambivalencias emotivas y escoge la vía del universalismo», según dijo Freud en otra ocasión y Eligio Resta[6] recoge. Einstein, en todo caso, se consideraba a sí mismo como un pacifista militante; como un combatiente comprometido ética y activamente en contra de la guerra.
Reflexionaremos acerca de este oxímoron y sobre el pacifismo en general en otro punto. Antes de continuar con el discurso, deberíamos detenernos unas líneas para definir los conceptos de guerra y paz, por muy básicos que parezcan, y fijar sus significados. Adoptaremos los establecidos por el filósofo Norberto Bobbio[7]. En su opinión, la guerra es un conflicto entre grupos políticos respectivamente independientes o considerados tales, cuya solución se confía a la violencia organizada. Y existen cuatro tipos: la guerra externa entre estados soberanos, la guerra en el interior de un estado o guerra civil, la guerra colonial o imperialista y la guerra de liberación nacional. Precisemos: cuando en sus cartas Freud y Einstein hablan de la guerra, se refieren siempre a la guerra interestatal, ya que Einstein la consideraba «la más representativa y desastrosa, en tanto que desenfrenada, forma de conflicto entre comunidades humanas»[8]. La paz, a su turno, no es solamente la ausencia de guerra sino la solución, jurídicamente regulada, de una guerra. En otras palabras, es un estado previsto y regulado por el derecho internacional que resulta de un acuerdo con el que dos estados cesan las hostilidades y regulan sus relaciones futuras. Bobbio alerta, además, de que la paz no es un bien absoluto, sino simplemente la condición preliminar para la realización de una libre convivencia.
La guerra, los instintos humanos y las pulsiones
«En los seres humanos anida la necesidad de odiar y destruir»[9]. Este es el argumento con el que Einstein se explica la capacidad de autodestrucción de las masas por medio de los conflictos armados. Freud confirma sus sospechas recurriendo la teoría del psicoanálisis. Hay dos tipos de pulsiones humanas: las eróticas, que tienden a conservar y unir, y las de agresión o destrucción, que tienden a destruir y a matar. De su acción conjunta y antagónica surgen las manifestaciones de la vida, y nunca pueden actuar por separado; siempre aparecen ligadas la una a la otra. De ahí que los intentos de eliminar nuestras tendencias agresivas sean inútiles. Sí que es posible, sin embargo, desviarlas de manera que no lleguen a expresarse en la guerra. ¿Cómo? Por un lado, mediante el amor, estableciendo vínculos afectivos entre los humanos. Y, por el otro, con la identificación; creando solidaridades entre las personas.[10]
Freud asume como algo innato e irremediable que los hombres se dividan en dirigentes y dirigidos. E insiste en que es preciso educar a una capa superior de seres humanos dotados de pensamiento independiente y ajenos a la manipulación de la que con frecuencia es víctima la masa, tal y como lo denuncia Einstein. Para Freud, estas elites, con sus pulsiones sometidas a la dictadura de la razón, deben luchar por la verdad y dirigir a la mayoría dependiente.[11]
Prueba del arraigo de la violencia en los hombres, según el neurólogo y psiquiatra, es el hecho de que los conflictos de intereses entre los seres humanos se resuelvan habitualmente recurriendo a ella. Freud explica la historia humana en base a estos parámetros. «Al principio, en la pequeña orda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de imponerse», escribe. Al poco tiempo, la supremacía de la fuerza fue sustituida por las herramientas y las armas. La superioridad intelectual fue desplazando a la potencia muscular bruta, y la aniquilación del enemigo se transformó en su subyugación. Se pasó de la violencia al derecho (el poder duradero de la comunidad) con el reconocimiento de que la fuerza superior de un individuo podía ser compensada por la asociación de de varios más débiles, pero también aquí se mantenía la fuerza, dispuesta a atacar a cualquier opositor del sistema. Sólo si los miembros de un grupo humano reconociesen una comunidad de intereses y surgieran entre ellos vínculos afectivos, la violencia se superaría por a cesión del poder a esta unidad más amplia. «Pero esta condición pacífica sólo es concebible teóricamente», arguye Freud, «pues en realidad la situación se complica por el hecho de que desde un principio la comunidad está formada por elementos de poder dispar y [...] las leyes serán hechas por y para los dominantes y concederán escasos derechos a los subyugados». Es imposible evitar la solución violenta de los conflictos de intereses, porque a partir de esta situación o bien los amos volverán al dominio de la fuerza, o bien los oprimidos provocarán una guerra civil exigiendo más poder e igualdad de derechos.[12] Tal y como resume Eligio Resta[13], la ley áurea de la violencia es la réplica infinita: la mimesis.

La solución política o legislativa
En vistas del poder de la violencia sobre las conductas humanas, cualquier intento de solución política o legislativa será, consecuentemente, difícilmente útil. Parece improbable que una paz perpetua al estilo kantiano pudiera resistir a la naturaleza violenta y de dominación de los hombres. Para ello, según Einstein, convendría una autoridad legislativa y judicial que resolviera todos los conflictos, una organización supraestatal con autoridad para dictar sentencias y con la fuerza suficiente para procurar la obediencia para su ejecución. Pero, ¿renunciarían los estados a su soberanía? Seguramente no.[14] Freud llega a una conclusión parecida. Las guerras sólo podrán impedirse si se crea un poder central con fuerza suficiente. En su opinión, el fracaso de la Sociedad de Naciones, nacida después de la Gran Guerra, se debe a que «no posee poder autónomo»[15].
Las afirmaciones de estos dos grandes intelectuales del siglo XX siguen estando de actualidad en pleno siglo XXI. De hecho, todas las experiencias de constitución de un tribunal internacional para juzgar los crímenes de guerra han manifestado problemas de provisionalidad y legitimidad[16]. Y las Naciones Unidas -la única organización internacional para la resolución de los conflictos y el mantenimiento de la paz- se han visto reducidas a una especie de instancia moral sin apenas capacidad de intervención en situaciones de crisis. Los Estados Unidos tienen, de momento, la impunidad asegurada con su hegemonía.

Pacifismos
En un momento de su argumentación, Freud proclama: «Creo que la causa principal por la que nos alzamos contra la guerra es la de que no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque por razones orgánicas debemos serlo». Estas razones orgánicas a las que alude tienen que ver con lo que él define como la «evolución cultural», que no es otra cosa que un progresivo desplazamiento de los fines y las tendencias pulsionales con el fortalecimiento del intelecto y la interiorización de la agresividad. Cuando el proceso cultural nos impone estas actitudes psíquicas nos volvemos en contra de la guerra. Freud lanza así un aliento de esperanza al final de su carta: todo lo que impulsa la evolución cultural actúa contra la guerra.[17] Sólo nos falta, pues, esperar a que la cultura se generalice.
De la interpretación de las ideas freudianas deducimos un pacifismo pasivo, más intelectual que pragmático. Y, sin duda, distinto al de Einstein, quien, como ya señalamos algunos puntos más arriba, se definía a sí mismo como un pacifista militante. El científico, lejos de identificarse con el punto de vista legalizador kantiano, el analítico o fenomenológico de Karl von Clausewitz o con el clasista o populista, estuvo durante muchos años dentro de la corriente pacifista radical, que se oponía a la guerra por razones éticas independientemente de las causas de las mismas. La no-violencia equivale aquí a resistencia activa a la violencia y a la guerra mediante la objeción de conciencia, la insumisión frente al estado, la desobediencia civil, las huelgas y las manifestaciones pacíficas como alternativa.[18] Einstein tuvo que dejar de ser tan radicalmente pacifista al llegar la Segunda Guerra Mundial, el hitlerismo y el estalinismo. Y es que, ¿se puede ser honesto ética y políticamente defendiendo la desobediencia civil y la no-violencia en tales condiciones históricas?[19]
Michael Walzer[20] parece sostener que sí. Cree que no se puede obligar a entrar en combate a los hombres y a las mujeres si han llegado a la convicción de que pueden defender su país sin matar y sin que les maten. Sostiene que la no-violencia (es decir, la desobediencia, la no cooperación, el boicot y la huelga general por parte de los ciudadanos del país invadido) invierte la escalada de tensión del conflicto y disminuye el número de crímenes. Transforma la guerra en lucha política. El agresor es tratado como a un tirano interno o un usurpador. El territorio acabará ocupado por los atacantes, pero éstos tendrán gravísimos problemas logísticos derivados de la imposibilidad de establecer estructuras de transporte, comunicación, de explotar los recursos naturales o de conseguir una producción industrial. Y los costes económicos de la ocupación, por lo tanto, serán inasumibles.
Es evidente que la hipótesis de Walzer resulta demasiado utópica. Es prácticamente imposible resistir pacíficamente al ataque del enemigo cuando éste no tiene escrúpulos de agredir con violencia utilizando todas las armas imaginables. Hasta él mismo reconoce que frente a un enemigo como los nazis, todos se rendirían a sus nuevos amos y obedecerían sus decretos. El país se volvería silencioso, y la resistencia se convertiría en una cuestión de heroísmo individual o de pequeños grupos.[21] ¿De qué serviría entonces tanto pacifismo y no-violencia?
Lo cierto es que el panorama es desalentador. Los movimientos pacifistas tienen las manos atadas frente a la fuerza militar. Su fragilidad frente a las armas abre grietas claras dentro de los movimientos pacifistas y exige que los militantes de la no-violencia mantengan unas convicciones mucho más fuertes que las del soldado que empuña el fusil. Por si fuera poco, a esto hay que sumarle la crueldad de la historia, que ha patentizado que los movimientos pacifistas nunca han sido capaces de parar una guerra. Al menos –y en el horizonte queda la guerra de Vietnam- no antes de que el número de victimas ascendiera escandalosamente. La guerra en Irak es el referente más próximo que tenemos al respecto. Dejando al margen el papel de una ONU débil e impotente, de la que ya hemos hablado con anterioridad; ni los escudos humanos, ni las organizaciones no gubernamentales, ni los millones de manifestantes de todo el mundo que gritaron insistentemente contra una invasión ilegítima e injustificable, lograron evitar el ataque más que premeditado de los Estados Unidos.
Y, sin embargo, en un mundo armado hasta los dientes, con armas de destrucción masiva y ejércitos potentísimos en la mayoría de los países, el pacifismo y la desobediencia civil siguen erigiéndose como los únicos instrumentos para quienes creen en la paz. Afirmar algo así a estas alturas y a pesar de lo dicho puede parecer ingenuo, pero la única manera de combatir la guerra es sobre todo practicando la no-violencia activamente y olvidando la pasividad. Y entonces sí, confiando a la vez, como diría Freud, en que llegará un día en el que la ética, la cultura y las ideas se impondrán a la violencia irracional e impulsiva de los ejércitos y de los cabezas de estado que los dirigen.

[1] Ignacio Ramonet, Guerras del siglo XXI. Nuevos miedos, nuevas amenazas, Barcelona, Mondadori, 2002, p. 19.
[2] Albert Einstein y Sigmund Freud, ¿Por qué la guerra?, Barcelona, Minúscula, 2001, p. 63.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem, p. 64.
[5] Ibídem, p. 72.
[6] Eligio Resta, «La enemistad, la humanidad, las guerras», en Albert Einstein y Sigmund Freud, Op. Cit., p. 23.
[7] Norberto Bobbio, El problema de la guerra y las vías de la paz, Barcelona, Gedisa, 1982, pp. 162-164.
[8] Albert Einstein y Sigmund Freud, Op. Cit., p. 69.
[9] Ibídem, p. 67.
[10] Ibídem, pp. 83-88.
[11] Ibídem, pp. 89-90.
[12] Ibídem, pp. 73-78.
[13] Eligio Resta, Op. Cit., p. 40.
[14] Ibídem, 65-66.
[15] Ibídem, p. 80.
[16] Eligio Resta, Op. Cit., p. 44.
[17] Albert Einstein y Sigmund Freud, Op. Cit., pp. 93-94.
[18] Francisco Fernández Buey, Ética y filosofía política, Barcelona, Edicions Bellaterra, 2000, pp. 155-170.
[19] Francisco Fernández Buey, Guía para una globalización alternativa. Otro mundo es posible, Barcelona, Ediciones B, 2004, p. 255.
[20] Michael Walzer, Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos, Barcelona, Paidós, 2001, pp. 434-436.
[21] Ibídem, p. 437.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

L'altre dia em vaig imprimir el text i me'l vaig llegir al tren i... em vaig quedar sobretot amb una part on parlen (si malament no recordo) sobre la teoria de la psicoanàlisi. No és la primera vegada que un text o una situació em porta a pensar sobre quina és la raó per la qual tendim a intentar eliminar certs instints, fins a quin punt tenim "dret" a decidir si tals impulsos o instints son "bons" o "dolents". Al cap i a la fi som animals i, com a tals, tenim certs instints. Deixo a l'aire la reflexió, a veure si algú me'n dóna alguna opinió que em faci decantar-me cap a una decisió més clara :)

Wellrivers dijo...

Bueno, yo creo que no somos animales, sino animales racionales. Por lo tanto, la característica que nos diferencia y nos define, la razón, es la que modifica algunos de esos impulsos. Es más: en cuanto que animales racionales es nuestro deber utilizarla para anular algunos impulsos, como la agresividad, y transmutarlos en empatía y negociación. La agresividad rara vez es una respuesta. Y con algunos otros impulsos, ¾ de lo mismo, pienso.

Sobre el artículo, hay algunas cuestiones que no veo claras. Lo leí hace algunos días ya y tomé algunas notas mentales, lo que implica que ya se me han olvidado (nueva nota mental: dejar de beber tanta cerveza... ¿Seré capaz de recordarlo?). De todos modos: Einstein sería pacifista pero escribió al presidente de los USA para que metiera caña al proyecto Maniatan, para adelantarse a los alemanes, que dio lugar a las primeras bombas atómicas. Vamos, que le dio la pistola al mono: a los mayores genocidas de la Historia, va y les dice que se den prisa en fabricar el juguetito... ¡Para flipar! Y vaya por delante que es una de las personas que más he admirado siempre! Me refiero a Einstein, no a Roosevelt, claro!

Hay alguna otra cuestión, como eso de que

«En los seres humanos anida la necesidad de odiar y destruir»

que no comparto en absoluto: hablen por ustedes, señores. Yo por lo general, si no me tocan los cojones, no me altero. ¡Lastima que me los tocan más habitualmente de lo que me gustaría!

Para terminar, un tratamiento: la educación, y me refiero a una verdadera buena educación, elimina o reduce hasta casi la eliminación total los malos instintos. Luego no duraremos tanto como para ver un mundo en paz: estamos aún sumidos en el subdesarrollo, a pesar de que nos comuniquemos vía Internet, enviemos aparatitos y gente al espacio o seamos capaces de discernir qué ocurrió a los pocos milisegundos del inicio de nuestro universo sin movernos de casa y tan sólo con nuestro entendimiento como herramienta.